Oportunidades

Entró en el elevador y trató de acomodar sus cosas. Sus brazos cargados con su portafolio de bocetos, haciendo malabares con los tres tubos de planos buscando una posición más cómoda para que no se le cayera nada. Echó una mirada a las paredes de cristal grabado del elevador, las cuales le devolvieron su imagen con los cabellos del frente todos alborotados. Resopló con fuerza hacia arriba para tratar de acomodarlos pero pareció que eso los dejó peor. Justo cuando las puertas del elevador empezaban a cerrarse una mano las interceptó para evitarlo
—¡Sí, lo sé! Házlo de todas maneras. El plan es vencer a la competencia, no trabajar con ellos —la voz de la mujer puntualizó
Sandy se volvió para ver a la mujer de negocios que sostenía la puerta con una mano y el celular con la otra
Sandy intentó mirar para abajo, hacia su muñeca, para ver la hora. Movió su mano ligeramente y casi tiró todas sus cosas. La mujer con el teléfono alzó la vista brevemente mostrando una arqueada ceja y unos ojos de un profundo café. Sandy sintió el sonrojo subir a sus mejillas junto con un dejo de enojo creciente. Sabía que había llegado temprano a su cita, y bien podía perder unos minutos sin problema, pero que al menos se hubiera molestado en preguntar si no la demoraba, hubiera sido lo correcto.
La mujer siguió su conversación manteniendo las puertas abiertas.
—Sólo hazlo, Harry. Ya le he dado un vistazo y es un excelente trato. Los abogados estarán de acuerdo siempre y cuando cumplamos con el límite del plazo. Estoy en un elevador, te hablo después del medio día. Si no me localizas a mí, habla con Alice. Te estaremos esperando.
Bajó la mano, cerró el teléfono y lo deslizó en la bolsa interior de su chaqueta, entró al elevador con gracia. Sandy sintió un poquitito de envidia ante los movimientos felinos de la extraña. Su apariencia entera proyectaba elegancia y eficiencia a gritos. El traje sastre azul marino era el complemento perfecto para su piel bronceada y su rojizo cabello. De reojo Sandy vio el reflejo de su propia imagen y susurró por lo bajo: —Mierda.
En el silencio total que reinaba en el elevador su exclamación se escuchó tan claramente como si fuera una campana sonando. La mujer junto a ella se limitó a mirar al frente sin decir palabra.
Sandy acomodó sus bultos y sintió como uno de ellos amenazaba caerse. Con la punta de los dedos logró sostenerlo apenas, se mordió el labio, reclinándose contra la pared para intentar hacer un poco de presión en el paquete para que no se le cayera.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó una voz divertida. Sandy miró a su compañera de elevador para contestar, pero ese leve movimiento hizo que todo se le cayera. Gruñó frustrada cuando el “chisme” de cosas se le deslizó al suelo. Casi se golpea la cabeza con la otra mujer cuando ambas se agacharon a recogerlas.
—¡Gracias! —dijo a la par que levantaba los desperdigados bocetos que se le salieron de su portafolio de piel. ¿Por qué no cerré el cierre? pensó frustrada consigo misma. La mujer tomó uno de los bocetos, deteniéndose un momento para observarlo antes de entregárselo. Ese boceto en particular era con el que esperaba impresionar al “Señor Entrevistador”. Guardó el boceto en su portafolio, y recargó el mismo cuidadosamente contra la pared del elevador, cerrándolo. Agradeció de nuevo a la mujer, tomó los tubos que ella le extendió y los puso bajo su brazo. Volviéndose inspeccionó la fragmentada imagen que los espejos circundantes le devolvían. Los ojos de la mujer sonreían cuando Sandy hizo contacto con ellos a través de los espejos.
Sandy sintió que se sonrojaba nuevamente y suspiró. Devolvió la sonrisa a la mujer por medio de los espejos y sacudió la cabeza.
—Tengo una importante entrevista con algún “macho mandamás”. Estoy un poco nerviosa. Creo que debo tener hasta el fregadero de la cocina por algún lado.
La mujer se soltó a reír con ganas. Sandy sintió como un escalofrió le recorría en pura reacción. “Contrólate” se dijo a sí misma, atusando sus alborotados mechones intentando hacer que se vieran acicalados. “¡Esta mujer esta fuera de los límites para una artista lesbiana! ¡Probablemente ya esté casada o saliendo con alguien!” Sandy volvió a mirar brevemente la imagen reflejada de la mujer mientras se daba vuelta para quedar frente a la puerta. Su gay-dar* sin embargo no dejó de parpadear.
—¿A qué piso vas? —una risita se escapó de los labios de la mujer mayor después de que Sandy volviera a mascullar “mierda” suavemente. El elevador no se había movido.
—¡92, por favor! —la mujer alargó la mano hacia los botones y pulsó el 92 y el 93. El elevador comenzó a ascender. Sandy notó los largos y delgados dedos y un pequeño anillo de oro en el meñique. Un nuevo sonrojo acudió a su rostro, bajó la vista hacia los tubos que sostenía y contó hasta diez.
—¿Te entrevistarás con alguien en particular? —preguntó cortésmente entre el zumbido del elevador.
Sandy tosió y colocó uno de sus mechones de cabello rubio tras su oreja, deseando que el sonrojo ya hubiese desaparecido. Levantó la vista para toparse de nuevo con la mujer, volviendo a notar su perfecto corte de cabello y hermosas facciones.
—Con un tipo llamado Charlie. Él tiene la última palabra sobre mi trabajo y después de eso podría pasar a ser una idiota más trabajando… —Sandy sonrió y luego hizo una mueca, seguía sintiéndose muy nerviosa. El mero pensamiento de saber que un completo extraño estaría criticando su trabajo hacía que sintiera mariposas en el estómago.
—¿Eso es un castigo, es decir trabajar? ¿Acaso no es el propósito de salir a buscar un trabajo? —una ceja permaneció enarcada todo el tiempo que replicó a la queja de Sandy.
Sandy, que estaba más atenta a sus mariposas, no entendió el comentario a la primera. Después de una pequeña vacilación sacudió la cabeza al comprender.
—¡Que dije… oh, sí… una idiota trabajando sería grandioso! Adoro lo que hago. ¡Pero realmente estoy muy nerviosa por las críticas! ¡Ya sabes… un completo extraño mirando tu trabajo, diciéndote qué esta bien o qué esta mal, o de plano decirte que apesta! Es como les plazca. Yo sólo espero que el tipo que me vea esté abierto a mi estilo —su voz bajó una octava, mientras observaba el ascenso del elevador más lento del mundo. Miró su reloj de nuevo y vio que seguía siendo temprano. Odiaba llegar tarde.
Notó que la mujer la miraba por el rabillo del ojo y se volteó presurosa.
—Tienes una pestaña justo ahí —dijo señalando ligeramente su propia mejilla. Sandy observó cómo el dedo de la mujer rozaba la suave piel. Sintió como si su entrepierna se derritiera. Controlar su sonrojo era algo imposible dado el color rosa brillante que adquirió. Ella sabía que lucía como un nabo con cabello rubio y bajó la vista para ajustar su carga en una posición más confortable una vez más. Contar hasta cien no le habría ayudando en nada. Una mano entró en su visión periférica sosteniendo un espejo de bolsillo.
Ella lo tomó agradecida y lo abrió para poder quitarse la inoportuna pestaña. Rápidamente levanto la vista para encontrarse con la imagen que proyectaban los cristales, deseó no haberlo hecho. Ella le sonría maliciosamente, parecía ligeramente coqueta. Sandy bajó la vista de nuevo hacia el espejo y lo cerró despacio.